La excesiva tutela estropea al niño. Se acostumbra a verse rodeado de los mimos y desvelos de sus
padres, pierde la confi anza en sus fuerzas, empieza a pedir ayuda cuando podía pasar sin ella.
El niño se vuelve indolente, pasivo, no se aparta de la madre, se pone caprichoso si ella le dedica
poca atención. Ese niño no sabe hacer ninguna de las cosas accesibles para su edad, ni siquiera
entretenerse solo; siempre espera que alguien juegue con él y lo divierta.
Al enseñar al niño a obrar por su cuenta, es preciso a la vez inculcarle determinadas reglas
de conducta, enseñarle a comprender lo que no se puede hacer y lo que se puede y hasta qué
punto.
(Yadviga Neverovich)